Lejos del tóxico magnetismo de la ciudad, la fuerza natural sigue su curso, vivaz, imparable en su aparente calma.
En lo más crudo del invierno, en los días más grises y hostiles la savia comienza a brotar, debajo de la hojarasca congelada nuevas semillas comenzarán a despertar.
La mente, implacable con sus embrollos cotidianos, cede al fin y se pierde entre la maraña de desnudas ramas.
Ha sido un invierno largo y duro, pero el pulso de la vida continúa y a todo ser sacará de su letargo, revivirá de nueva energía vital para empezar una vez más...
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