sábado, 24 de mayo de 2014

En el reino imnombrable.

Pintura de Edgar Ende


Nada alcanzo a ver en torno mío, pues una negrura densa y basta me rodea. Tanto solo alcanzo a ver la senda que camino, un camino sencillo, con piedras en los bordes. Frente a mi, a lo lejos puedo percibir un débil resplandor. Podría aventurarme a salir del camino, incluso no saber donde ir era un buen motivo para ello, pero la pequeña luz a lo lejos llamaba poderosamente mi atención. 
Poco a poco, me acercaba, pude adivinar una silueta inmóvil. Sentado sobre una piedra, un hombre sostenía con aburrimiento su cabeza, apoyando su mentón sobre la palma de mano. 

-¿Quién eres? preguntó, con la mirada perdida el fondo del camino.
-Mi nombres es... 




Con mi imaginación construía mundos impensables
 y volaba sin alas... podía fundirme con la noche y con el día.
Era el rey de un reino innombrable.
Desnudo nada poseía y por mis venas corría el sol como un trueno.
Mi corazón... mi corazón era impulsado por la fuerza de la voluntad.


Una sombra fue irguiéndose ante mi
Borró mi capacidad de crear y me enseñó a ser prudente, demasiado prudente...

Los libros los explicaban todo, el mundo, el agua, el fuego... hasta la muerte ¡Todo era predecible, demasiado predecible!

Crecí entonces, concentré la poca energía que aun conservaba y la enfoqué
para encarnar la imagen que me fue asignada.



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